El mundo es un pañuelo, y más aún, si hablamos de encajes. A partir del siglo XVII, comerciantes y vendedores movían gran cantidad de mercancías de un país a otro. Los encajes tampoco se libraron de este trasiego. En una época en que, en las altas esferas de la sociedad, estaba de moda adornar los trajes y los ajuares con encajes, éstos se importaban y se exportaban en grandes cantidades. Lo que también daba lugar a que se copiaran sus diseños o que unos se inspiraran en otros.
Debido a este intercambio de hace siglos, es fácil que, al visitar un centro encajero en cualquier país del mundo, nos encontremos con que reconocemos alguno de sus encajes típicos. Y eso es, exactamente, lo que me ha ocurrido a mí en Rauma (Finlandia): los encajes populares de su museo recuerdan mucho a nuestros encajes de Camariñas y de Almagro. Y, en algunos casos, no sólo recuerdan, sino que son idénticos.
Si este encaje llegó a Finlandia procedente de España o si les llegó de otro país, si apareció por primera vez en Galicia, o a Galicia llegó procedente de otros lugares... eso es algo que quizás nunca lleguemos a saber. Lo que sí está claro es que este modelo, que a mi tanto me gusta, también ha gustado a lo largo del tiempo a otras gentes en otros lugares.
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